Por el rabino Gustavo Kraselnik
Estaba pensando en estos días
en un conocido pasaje de la Mishná, que aparece al final del tratado de Brajot
(Bendiciones): Jaiav adam levaREJ al
haraa keshem shehu mevarej al hatov, “Debe el hombre bendecir sobre lo
malo de igual forma que bendice sobre lo bueno.” (Mishná Brajot 9:5).
Y el texto explica esa idea
asociándola con el conocido versículo que recitamos en el Shemá: VEAHAVTA ET
ADONAI ELOHEJA BEJOL LEVAVEJA, “Amarás a Adonai tu Dios con todo tu corazón…”
(Deut. 6:5). Con todo tu corazón dice la Torá y los sabios interpretan: con
ambos instintos, el instinto del bien y el instinto del mal.
¿Qué significa eso? El Talmud
(Brajot 60b) nos dice que así como bendecimos a Dios cuando nos enteramos de
una buena noticia usando la fórmula HATOV VEHAMETIV (Dios es bueno y fuente de
bondad) de manera similar debemos bendecir a Dios por las malas noticias con la
bendición DAIAN HAEMET (Dios juez de la verdad), que recitamos por ejemplo
cuando escuchamos del fallecimiento de una persona. Y así quedó codificado en
la Halajá.
Sin embargo, creo que es
lícito preguntarnos qué quiere decir exactamente “bendecir a Dios” por lo malo.
¿Acaso debemos “bendecir a Dios” por esta pandemia? ¿Por el millón de muertos
en todo el mundo (hoy se llegó a esa cifra), de los cuales más de 2300 son
nuestros conciudadanos? ¿Por las secuelas sociales y económicas que ha causado?
Posiblemente me sienta más
cómodo con la respuesta que en el propio pasaje del Talmud ofrece el sabio
Raba, amoraita babilónico de la tercera generación, cuando dice: No es
necesario (bendecir a Dios por lo malo) sino que debemos aceptar las cosas malas
con el mismo regocijo con el que aceptamos las cosas buenas.
Y al reflexionar sobre lo que
nos ocurre con esta situación tan extraordinaria de la pandemia y la cuarentena
sobre la cual no tenemos mucho control, no estoy seguro que lo recibamos realmente
con regocijo pero si se, como lo dije en la segunda noche de Rosh Hashaná,
citando las palabras del destacado psiquiatra Viktor Frankl, que tenemos
control de la forma en la cual reaccionamos a lo que nos ocurre. Eso si depende
de nosotros, de nuestra actitud, de nuestra capacidad de ser resilientes, de
adaptarnos y responder a los desafíos de esta coyuntura.
Y analizando un poco esta situación
tan surrealista, se me ocurre pensar que la vivencia de Yom Kipur, esta que
estamos comenzando a atravesar se asemeja en varias características a la experiencia
de la pandemia y la cuarentena que estamos viviendo y creo que puede ser
enriquecedor detenerse en la comparación.
En primer lugar, la COVID-19
nos recordó nuestra vulnerabilidad. Nos puso en contacto con la muerte de una
manera que no habíamos sentido como especie desde hacía décadas. Nos hizo tomar
conciencia de lo efímero de nuestra existencia. En una cultura que estaba
acostumbrada a esconder la muerte y la enfermedad, que promueve la juventud
eterna, de repente la presencia de la muerte se hace tangible, cercan.
Yom Kipur apunta en la misma
dirección. La costumbre ya poco observada de vestirse con mortajas nos recuerda
la cercanía de la muerte y si bien nuestra generación ha perdido esa
sensibilidad, la propuesta de la liturgia es hacernos percibir que nuestro
destino está en juego en esta jornada sagrada. Hoy queda sellado nuestro
destino y se define quien vivirá y quien morirá.
Reconocernos como mortales y
vivir en consecuencia es un aprendizaje común que debemos extraer de ambas
experiencias. Saber lidiar con la incertidumbre y convivir con la angustia.
En segundo lugar, la cuarentena
nos sacó de la rutina. De repente nuestra vida quedó congelada y hasta las
cosas más sencillas como ir los niños a la escuela o los adultos a trabajar
quedaron suspendidas. Estuvimos confinados en nuestras casas durante meses
saliendo apenas un par de horas a la semana para comprar alimentos o medicinas.
Yom Kipur hace lo mismo. Por
otras razones. La santidad de la jornada
nos convoca a dejar de lado nuestra cotidianeidad para adentrarnos en una
dimensión profundamente espiritual. Hacemos un paréntesis en nuestra lucha
diaria por la subsistencia, dejamos de lado nuestras preocupaciones mundanas y
pasamos casi todo el día “confinados” en la sinagoga, sabiendo que al final deberemos
regresar al mundo “real”.
Tercero, la cuarentena nos
obligó a reacomodar nuestras prioridades. El cambio abrupto en nuestro estilo
de vida nos llevó a poner en perspectiva la forma en que utilizamos nuestros
recursos. Empezamos a compartir más en familia, disfrutando de la compañía de
nuestros hijos y nuestras parejas. Pudimos dedicar tiempo a hacer cosas nuevas
y también con el manejo de las finanzas personales nos dimos cuenta de que finalmente
no necesitamos tantas cosas para vivir. Nuestros carros permanecían parqueados
y el closet estaba repleto de ropa que no necesitábamos.
Yom Kipur es también un
llamado a redefinir nuestras prioridades; de enfocar nuestra vida y consagrar
tiempo y esfuerzo a las cosas verdaderamente significativas. El profeta Isaías
(cap. 58) en la Haftará que leemos mañana dejó claro ese mensaje para sus
contemporáneos. Critica el ayuno que practicaba la gente que no iba acompañado
de una conducta ética. Sus palabras son aún poderosas y profundamente
inspiradoras para nosotros: “Este es el ayuno que habrá de agradarme, cuando
liberen a los oprimidos y acaben con la injusticia, cuando compartan su pan con
el hambriento, den refugio a los necesitados y vista a los desnudos.”
Nuestro paso por este mundo
es efímero, nuestros recursos son limitados, la pregunta es en que vamos a
utilizarlos para vivir una vida con significado.
En cuarto lugar, la pandemia
expuso la complementariedad entre la dimensión individual y la colectiva. Es
importante la responsabilidad y el cuidado personal, cada uno debe hacerse
cargo de su salud tomando las medidas adecuadas para evitar el contagio, pero
todo esto inserto en una realidad general de la cual no somos ajenos. Porque si
algo nos enseñó esta situación es que nadie se salva solo. Más que nunca
debemos velar por el bienestar de todos, cuidándonos nosotros y cuidando a los
demás.
Lo mismo ocurre en Yom Kipur.
Nos reunimos para afrontar la solemnidad de la jornada, nos congregamos y
rezamos juntos mientras aspiramos a un encuentro personal, íntimo con lo
trascendente. Quizás el ejemplo más emblemático sea el Vidui, la confesión
pública de las faltas. Al igual que todas nuestras plegarias, también el Vidui,
que repetimos 10 veces durante todo Yom Kipur está escrito en plural: ASHAMNU,
BAGADNU… (Hemos errado, cometimos transgresiones) es decir nos acuerpamos en el
colectivo, sabiendo íntimamente cuales son las transgresiones propias y a la
vez como una forma de reconocer que también tenemos responsabilidad como grupo,
como sociedad, por los errores cometidos por cada uno de sus miembros.
Finalmente, y quizás lo más
importante, es saber si esta experiencia de la pandemia y la eterna cuarentena
será una experiencia que nos transformará o habrá sido simplemente un paréntesis
que quedará como una anécdota, un asterisco en nuestras vidas. ¿Qué pasará
después? ¿Cómo reconstruiremos el entramado social cuando volvamos al mundo
real?
Y lo mismo podemos
preguntarnos sobre Yom Kipur. ¿Impactará realmente en nuestra vida? ¿Darán
nuestras acciones testimonio de los compromisos que asumimos? A veces tengo la
sensación de que esto se parece mucho a ir al cine a ver una película de terror
(no estoy diciendo que lo que ocurre aquí es de terror). Tenemos una vivencia
con una alta carga emocional, atravesamos una diversidad de sensaciones,
salimos del cine con las emociones a flor de piel… pero cuando volvemos a la
realidad, nuestra vida sigue exactamente igual que antes.
Y este es el gran desafío que
nos va a plantear el tiempo post-COVID-19. Cuando la situación sanitaria
comience a calmarse y emerja con toda su furia el impacto económico y social
que nos deja la pandemia y la cuarentena.
¿Qué pasará después? Vamos a
necesitar fortaleza para afrontar los importantes retos que esta hora tan
desafiante nos va a plantear, vamos a necesitar empatía para conectarnos con
nuestros semejantes, compartir sus incertidumbres y sus angustias y más que
nunca necesitaremos ser solidarios, extender nuestro brazo de apoyo, de ayuda
concreta porque muchas serán las carencias.
Yom Kipur es tiempo de
palabras y compromisos. Palabras sinceras que brotan de nuestros corazones y
compromisos que asumimos con nosotros mismos ante la presencia de Dios. Sin
embargo, tengamos presente que lo que realmente cuenta son nuestras acciones.
Las acciones que darán forma concreta a nuestras palabras y a nuestras
convicciones una vez que volvamos al mundo cotidiano. Las acciones solidarias
que reflejarán quienes somos y cuales son nuestros valores y que en última instancia
testificarán si saldremos de esta experiencia más maduros, más responsables, y
más decididos a vivir una vida con significado.