Torá: Levítico 12:1 – 15:33
Haftará: Reyes II 7:3 – 7:20
Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México
 
 
 Rabino Joshua Kullock
 
 
En honor a las mujeres de mi  casa: a Jess, quien dio a luz a Iara y a la recién nacida Abigail
Una de las primeras tareas a las que se tiene que abocar toda persona  que recientemente se ha mudado a un nuevo país consiste en ir  aprendiendo el idioma de su nueva geografía. Incluso cuando hablamos de  naciones que en teoría hablan la misma lengua, es indispensable poder  dedicar tiempos y esfuerzos a fin de poder ir adquiriendo algunos de los  modismos propios de cada lugar.
En nuestro caso particular, cuando hace casi cuatro años llegamos a la  ciudad de Guadalajara (México), nos vimos junto a Jess en la necesidad  de expandir nuestro vocabulario hispano-argentino para sumar todo un  mundo de nuevas y variadas formas que ofrece el hispano-mexicano. Así  aprendimos, por ejemplo, que al hablar de nuestro hogar, nunca era “mi”  casa, sino que en lo posible debíamos referirnos a ella como “tu” casa,  lo cual no solamente era una sutileza del lenguaje, sino que podía  llevar a confusiones cuando en las primeras semanas escuchábamos  invitaciones del tipo: “nos encontramos a comer en tu casa” (o sea, ¡en  casa del anfitrión!).
Estando en México, también aprendimos que aquello que está buenísimo  está siempre ‘padrísimo,’ mientras que el lugar simbólico que ocupa la  ‘madre’ en el lenguaje es – en el mejor de los casos – un tanto dudoso, a  veces antagónico y por momentos conflictivo.
Ahora bien… ¿por qué es necesaria esta introducción a una suerte de  lingüística para nómades? Básicamente porque les quiero contar cómo se  describe aquí en México (y tal vez en otros lugares del continente  también) el acto de parir hijos. Aquí en México, el acto de parir  encuentra su sinónimo coloquial en la palabra ‘aliviarse.’ Así que si  alguna vez se encuentran por aquí y escuchan que alguien le pregunta a  una mujer si ya se alivió, esto no refiere a ninguna enfermedad  bacteriana o viral, sino al momento de traer a un niño o niña al mundo.  Mientras que en otras latitudes el énfasis está en el acto de ‘dar a  luz,’ aquí lo priorizado (al menos desde la construcción simbólica  propuesta por el lenguaje) es el hecho de dar fin al intenso período de  gestación, el cual trae – indudablemente – un alivio para la madre.
Este posicionamiento divergente frente al acto de parir no hace más que  reflejar distintas perspectivas sobre una misma acción. Es, de alguna  manera, un buen paralelo con aquello que los judíos hacemos en relación a  la exégesis sin fin de nuestros textos y tradiciones generación a  generación. Y de hecho, este ejercicio de interpretación y toma de  postura lo podemos ver en la primera de las parashiot que leemos durante  esta semana, que justamente y no por casualidad, nos habla de qué es lo  que tenía que hacer una mujer una vez que daba a luz:
 “Habló Ad-nai a Moisés diciendo: Habla a los hijos de Israel y  diles: La mujer cuando conciba y dé a luz un hijo varón quedará impura  durante siete días […] Si da a luz una hija, quedará impura durante dos  semanas […] Cuando los días de su purificación se cumplan, ya sea por un  hijo o una hija, llevará al sacerdote un cordero de un año para un  holocausto y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del  Tabernáculo de reunión.” (Le. 12:1-2, 5-6)
Al leer estos versículos, nuestros sabios no dejaron de preguntarse cuál  era la razón de que la mujer tuviera que traer a la puerta del  Tabernáculo un sacrificio de expiación. ¿Cuál había sido su transgresión  para imponer sobre ella la necesidad de expiar? Y así como antes vimos  dos posicionamientos modernos sobre el acto de parir, aquí los invito a  que leamos dos perspectivas casi antagónicas sobre el sacrificio  expiatorio que debía traer la mujer.
Por un lado, el Talmud en el Tratado de Nida (31b), nos dice que la  expiación está relacionada con los dolores de parto, y con lo que ellos  conllevan:
“Le preguntaron los alumnos a Rabi Shimon bar Iojai: ¿Por qué la Tora  prescribe que la mujer que pare debe ofrecer un sacrificio? Les  respondió: Porque a la hora en que el niño se encuentra naciendo, la  mujer brinca [del dolor] y jura que no se allegará nunca más a su  marido. Es por eso que la Tora le prescribió ofrecer un sacrificio.”
Nuestra primera visión de la expiación tiene connotaciones similares a  la descripción del parto en términos de ‘alivio:’ El énfasis está puesto  en el dolor, en la carga y en lo difícil que pueden ser tanto los meses  de embarazo como el momento mismo del parto, llegando incluso al punto  de no querer tener ningún hijo más.
Pero así como encontramos la versión talmúdica del ‘alivio,’ también  podemos encontrar en nuestra tradición una explicación que se encuentra  en absoluta sintonía con la descripción del parto en calidad de  ‘alumbramiento.’ La profesora Nejama Leibowitz (1905-1997), conecta la  expiación de la madre con el relato en el cual Ds se le revela a Isaías y  lo erige como profeta en Israel. En ese contexto, encontramos uno de  los versículos que luego pasó a ser central en nuestros rezos cotidianos  y que define al Santo bendito sea como: “Santo, Santo, Santo, Ad-nai de  los ejércitos, toda la tierra está llena de Su gloria” (Is. 6:3). Pero,  como se pregunta Leibowitz, ¿cuál fue la reacción del profeta frente a  la revelación divina? Nos responde el texto bíblico: “Entonces dije: Ay  de mi que soy muerto, porque siendo hombre impuro de labios y habitando  en medio de un pueblo que tiene los labios impuros, han visto mis ojos  al rey Ad-nai de los ejércitos” (ibíd. 5). Frente a esta paradójica  situación, nos enseña Leibobwitz:
“Tal vez este sea el sentido de la impureza [de la mujer] y del  ofrecimiento del sacrificio expiatorio: la mujer fue merecedora de  sentir en ella misma y en carne propia la grandeza del Creador; vio,  sintió, y vivió en ella la creación del niño – y asimismo sintió su  propia pequeñez, su nimiedad, su ser polvo y ceniza, su impureza. Y por  ello, habrá de traer un sacrificio expiatorio.” (Iunim Jadashim beSefer  Vaikra, p. 148)
Esta segunda explicación, esta segunda visión de la ofrenda de  expiación, hace un fuerte hincapié no en el dolor sino en la bendición,  no en el sufrimiento sino en la posibilidad única de imitar la obra  creativa de Ds, no en el medio vaso vacío, sino en el medio vaso lleno.  Esta explicación se estructura en el reconocimiento del misterio de la  vida y del amor, que le da sentido a la existencia y la nutre de  trascendencia.
De igual manera, cada uno de nosotros es invitado permanentemente a  elegir la forma en la que ve su vida y en la que vive su realidad.  Encontraremos aquellos que entenderán los desafíos como procesos  desgastantes, y encontraremos aquellos que los vivirán como espacios que  catalizan, potencian y energizan. Encontraremos quienes anhelen  sufridamente todo aquello que no tienen, y quienes, fieles a la  enseñanza de nuestros sabios, sean felices con su parte (Avot 4:1).  Aquellos que busquen siempre el alivio, y aquellos que busquen siempre  dar luz.
A la hora de la hora (como dicen aquí en México), todo se reduce a una  simple pregunta: ¿Cómo elegiremos vivir nuestras vidas?
Shabat Shalom uMeboraj!