Discurso de Yom Kipur 5783 del rabino Gustavo Kraselnik

Los músicos tienen más suerte que los rabinos. De verdad.

Piensen cuando fueron a un recital la parte favorita era cuando el artista interpretaba las canciones clásicas, las que todos sabemos.  O piensen en nuestro coro. Practicaron decenas de veces cada canción y vienen esta noche a cantarla una vez más.

A mi me encantaría repetir un sermón de la semana pasada o del año pasado, pero no estaría bien visto… los músicos tienen más suerte que los rabinos.

Empecemos por mirar a Yom Kipur en su totalidad. Ningún otro día del calendario tiene ese poder cualitativo y cuantitativo de convocatoria. Ya la Torá lo define como MIKRA KODESH, un día de convocatoria sagrada.

La intensidad de la plegaria es única. Pasamos horas en la sinagoga. Es el único día en el año que tenemos 5 rezos. Y en cada uno, además de la estructura litúrgica general, se añaden poemas y el VIDUI, la confesión pública de nuestras faltas.

Y también está el ayuno.  Me atrevería a decir que la prohibición total de ingerir alimentos y bebidas es posiblemente la más respetada de las tradiciones de la jornada y eso demuestra la importancia que tiene, tomando en cuenta el esfuerzo que requiere su cumplimiento.

Pero el ayuno tiene un valor relativo, no es un fin, sino un medio. Refleja nuestra decisión de dedicar nuestras energías en Yom Kipur a los aspectos espirituales: a nuestra plegaria, a nuestra introspección, a nuestra Teshuvá.

No ayunamos para conmover a Dios, sino que ayunamos para conmovernos a nosotros mismos; ayunamos para recordarnos que nosotros podemos controlar a nuestros instintos y no ellos a nosotros; ayunamos para afirmar que junto a nuestras necesidades fisiológicas coexisten necesidades espirituales tan o más importantes que las primeras.

Todos los años nos enfocamos en Yom Kipur, en la segunda parte, en el Kipur, en la expiación (que como saben no es el perdón como solemos traducir para simplificarnos la teología). Hoy quiero hablarles del Yom, del día, de este día sagrado, único en el calendario.

Y además de estos conceptos que mencionaba recién, la convocatoria, la plegaria y el ayuno, podemos apreciar cómo los distintos momentos del día aportan diferentes matices que refuerzan esta sacralidad sublime que encierra Yom Kipur.

Comencemos por el Kol Nidré, la plegaria que recitamos hace un rato y que abre la liturgia.

Comimos apurados, hicimos un esfuerzo por llegar tempranos a la sinagoga porque queríamos escuchar el Kol Nidré. ¿Leyeron lo que dice el Kol Nidré?

Es una declaración que, en un lenguaje técnico, anula promesas y votos incumplidos o que no se van a cumplir. Eso es. Un texto legal, sin poesía ni belleza. Una simple fórmula escrita por un abogado.

Y a pesar de todo eso, es un momento de solemnidad extrema. Me atrevería a decir de mayor solemnidad en el año. Los rollos de la Torá salen del arca, la congregación de pie, siente el esplendor del momento y la melodía tradicional nos conmueve hasta el alma.

Kol Nidré es mucho más que aquello que las palabras dicen. Kol Nidré encierra nuestra emoción por el comienzo del Yom Kipur y nos conecta de una manera profunda con el presente, con el ahora.

Mira a tu alrededor. Hoy toda la congregación está presente. Es cierto que faltan algunos por viaje o por motivos de salud, pero en última instancia esto es lo que somos, esto es quienes somos, esta es nuestra realidad.

La congregación no es una entidad con vida propia. Su esencia es el latir del entramado de relaciones que vamos forjando unos con otros. La congregación no son las paredes, ni este bello edificio, ni siquiera los rollos de la Torá en el Arón Hakodesh.

Nosotros, como lo dije en la primera noche de Rosh Hashaná, nosotros juntos, somos Kol Shearith Israel.

Por eso Kol Nidré, esta noche de Yom Kipur, nos interpela a asumir este presente, pues solo desde ese compromiso real, actual, podemos mirar al pasado a los ojos.

Y el viaje al pasado comienza en la mañana de Yom Kipur. La Torá, la Haftará y la liturgia nos llevan a un pasado remoto, tan remoto que se remonta a los orígenes de nuestro pueblo.

La lectura de la Torá, el capítulo 16 del libro de Vaikra (Levítico) nos describe el ritual de la expiación que hacía el Cohen Gadol, el sumo sacerdote en este día.

Las faltas del pueblo eran simbólicamente transferidas a un animal, el famoso chivo expiatorio, que era luego sacado del campamento llevándose consigo toda esa carga emocional que era consecuencia del sentimiento de culpa por las faltas cometidas. En eso consiste la expiación.

Luego en la Haftará, estamos en otro Yom Kipur. Esta vez hace unos 2500 años, escuchando al profeta Isaías, en un día como hoy, criticar con severidad la hipocresía del ayuno de sus contemporáneos que no iba acompañado por una conducta ética.

Sus palabras siguen siendo poderosas y profundamente inspiradoras también para nosotros: “Este es el ayuno que habrá de agradarme – dice el profeta – cuando liberen a los oprimidos y acaben con la injusticia, cuando compartan su pan con el hambriento, den refugio a los necesitados y vistan a los desnudos.”

Casi al final de la mañana, terminando el Musaf, tenemos la Avodá, un extenso pasaje que describe cómo era la ceremonia de expiación en la época del Templo, hace unos dos mil años atrás. Allí se nos cuenta que, por única vez en el año, en Yom Kipur, el Cohen Gadol, ingresaba al Kodesh Hakodashim, al lugar más sagrado del Beit Hamikdash y, como parte del rito expiatorio, pronunciaba por única vez en el año, el nombre inefable de Dios (el tetragrama), y lo hacía ante el silencio y la expectativa de los miles de fieles que se congregaban esperando la absolución de sus faltas.

La Avodá de Yom Kipur era tan significativa en la experiencia del pueblo, que el Talmud nos da detalles de sus minuciosidades y sus preparativos. Estos incluían la disponibilidad de un sacerdote suplente que debía mantenerse en estado de pureza en caso de que al Cohen Gadol le ocurriera alguna situación que le impidiese llevar adelante la ceremonia.

La mañana de Yom Kipur nos conecta con la historia, con nuestra identidad como pueblo. Nos recuerda que somos portadores de un mensaje histórico, que somos parte de una cadena milenaria, que tenemos un compromiso con el pasado.

Y además, nos enseña de qué forma cada generación encontró su propia forma de lograr que Yom Kipur tuviera esa fuerza capaz de transformar la realidad.  De igual manera también nosotros esperamos que nuestra plegaria y nuestro ayuno tengan el potencial de impactar nuestra existencia, de atravesarnos, para inspirarnos a ser mejores en este año que acaba de comenzar.

Y por la tarde de mañana, detendremos por un momento nuestra plegaria para dirigir nuestros pensamientos al recuerdo de aquellos seres queridos que han fallecido, lo hacemos en el servicio de Izkor.

El origen de esta ceremonia se ubica en Renania a comienzos del siglo XII, después de la Primera Cruzada en donde decenas de comunidades judías fueron masacradas.

En el recuerdo de los mártires de nuestro pueblo, de aquellos que murieron por santificar el nombre de Dios, que entregaron sus almas por proclamar su identidad judía, buscamos ser merecedores de su herencia. Buscamos que su ejemplo nos ayude a renovar nuestro compromiso con la vida y con nuestro judaísmo. Anhelamos ser dignos de recordarlos.

Pero también en la jornada más sagrada del año recordamos a nuestros seres amados que ya no están más en este mundo y cuya presencia sigue siendo para nosotros tan necesaria.

Buscamos en Yom Kipur en esas vidas la inspiración para afrontar los desafíos de nuestras propias vidas. Buscamos enseñanzas en el legado de nuestros mayores que cumpliendo la inexorable ley de la vida nos dejaron. Y buscamos fuerzas en el recuerdo de nuestras parejas o de nuestros hijos que partieron antes de lo que hubiéramos deseado.

En su presencia, que trasciende la muerte, esperamos hallar la luz que ilumine nuestros corazones y nos oriente para darle a nuestra existencia un significado profundo.

Izkor nos confronta también con nuestra propia mortalidad. Nos recuerda que también nosotros un día vamos a dejar este mundo. Y sabernos mortales, reconocernos mortales, debiera ayudarnos a reacomodar nuestras prioridades, a colocar primero lo importante, lo trascendente, aquello que da sentido a nuestra vida.

Y ya sobre el final, exhaustos y agotados por el ayuno y la intensidad del día, llega el momento de la Neilá. El Nora alila Hamtzi lanu mejila bisheat haneila. Oh Dios, cuyas obras son portentosas, concédenos el perdón en la hora de Neilá, cuando comienzan a cerrarse las puertas del cielo.

Con este Piut, con este poema compuesto en España, por Moshe Ibn Ezra en el siglo XI, comienza la parte final de nuestra plegaria de Yom Kipur.

Las puertas del Arón Hakodesh abiertas de par en par, simbolizan las puertas del cielo que aún permanecen abiertas. La congregación, con sus últimas fuerzas, se mantiene de pie durante esa plegaria. Se acerca el final, es nuestra última oportunidad.
Extenuados por el esfuerzo sacamos energía desde lo profundo de nuestro ser, intentando que nuestras oraciones asciendan antes que el portón celestial sea clausurado. Sabemos que falta poco y queremos aprovecharlo hasta el límite.

La plegaria va llegando a su fin. El último Avinu Malkeinu es entonado con devoción. Estamos listos para la Havdalá, las bendiciones que marcan formalmente la finalización de Yom Kipur.

Pero antes, algo maravilloso, algo extraordinario ocurre en nuestra sinagoga. Las luces se apagan y decenas de niños ingresan cantando y es su presencia la que nos ilumina.

De pronto nos olvidamos del ayuno, del hambre. Una nueva fuerza renace en nuestro ser, es la energía de todos esos pequeños que llenan el ambiente de sonrisas.

Ninguna imagen para mí es más poderosa, ninguna experiencia me conmueve más que ver a todos esos niños en el momento de la Neilá, trayéndonos luz en el momento de la Havdalá.

Me emociono como rabino al ver a estos niños que crecen en nuestra congregación, entrar a la sinagoga en la Neilá de Yom Kipur. Ese momento tiene magia, parece que durara horas.

Por eso la Neilá nos conecta con el futuro, con el compromiso que tenemos con la generación siguiente de nuestra comunidad. Ellos son los protagonistas, los destinatarios de nuestro esfuerzo por edificar un futuro que garantice la continuidad de la congregación. Por allí, de esa manera, nos volvemos inmortales.

No hay nada que inspire más a una comunidad que el entusiasmo de sus hijos y nietos. No hay nada que brinde más empuje a una congregación que el saber que su continuidad está garantizada en la educación de esas criaturas. No hay fortaleza más grande para una sinagoga que el ver al futuro convertido en presente y proyectado en esas bellas sonrisas.

El toque del Shofar marcará la conclusión de la jornada. La Tekía Gdolá pondrá punto final a un intenso día, extremadamente intenso, pero la sensación de plenitud que nos embarga dará testimonio de que el esfuerzo valió la pena.

Yom Kipur, el día y sus matices. Único y extraordinario. Profundo y conmovedor.

Es el día en el que el pasado y el futuro convergen en el presente. Todo parece confluir aquí y ahora. Y sin embargo, el secreto de su poder reside en su capacidad de trascender, de impactarnos, de inspirarnos cada día del año.

Como rezamos hace un rato en el Kol Nidré, MI YOM KIPURIM ZE AD YOM KIPURIM HABA, desde este Yom Kipur hasta el próximo Yom Kipur, HABA ALEINU LETOVÁ, que llegue a nosotros para el bien.

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