Quisiera aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre uno de los eventos más relevantes de 5782, cuyo impacto en el mundo judío ha sido enorme. Hay pocos países con tantas conexiones con el judaísmo como Ucrania. Por siglos, este país vio florecer a la cultura y religión judía, en áreas como el jasidismo, el sionismo, y la literatura idish. La Shoá y los pogroms de los zares rusos, se dieron principalmente en los territorios de Ucrania.
A pesar de que podemos ver esta invasión como continuación de una letanía de tragedias, es valioso ver cómo la posición del pueblo judío ha cambiado. Ucrania, una nación asociada en el folklor judío como una de las más antisemitas de Europa, hoy en día es liderada por un presidente judío. Si bien la población judía se vio disminuida por el genocidio nazi y la emigración judía de la Unión Soviética, esta comunidad tenía 30 años de crecimiento continuo hasta el inicio de la actual invasión, llegando a contar con más de 100 mil miembros.
En otros momentos, ser judío en un conflicto geopolítico ponía a una persona en peligro aún mayor. Hoy en día, gracias al Estado de Israel y a la enorme cantidad de organizaciones judías que se hicieron presentes en las fronteras de Ucrania, ser judío es una ventaja. ¡Quien se hubiese imaginado algo así! Esta realidad ratifica uno de nuestros valores más fundamentales: “Kol Israel Arevim Ze la Ze”. Sin embargo, el tema va más allá. Una de las organizaciones israelíes dando ayuda a los millones de refugiados se llama Hatzalá Lelo Gvulot, Ayuda sin Fronteras. Cuando una delegación de rabinos les preguntó a quiénes dan apoyo, les respondieron que a todos los que la necesiten. “Hace 80 años, en este suelo, hubo selecciones entre judíos y no judíos, nosotros no vamos a hacer lo mismo”. Nuestra misión no termina dentro de Am Israel, si no que se extiende al resto de la humanidad.
La solidaridad también debe extenderse a los casi 200 mil judíos que viven en Rusia, al igual que el resto de los ciudadanos que enfrentan un dilema moral entre pronunciarse en contra de la guerra o arriesgar ser arrestados o peor. El gran rabino de Moscú, Pinchas Goldschmidt, quien ha ocupado el rol por casi 30 años, decidió escapar de Rusia, pues como líder religioso sintió la presión de apoyar la invasión rusa a Ucrania. Este lunes, escribió una columna en el New York Times donde relató estas experiencias y comparó a este Iom Kipur al galut, el exilio, demostrando sus sentimientos encontrados al dejar a su comunidad en este momento tan difícil. Según datos de la Sojnut, alrededor de 20 mil judíos han logrado hacer aliá de Rusia este año. Otros rabinos y líderes comunitarios han tomado decisiones distintas, dando prioridad a mantenerse con sus fieles, haciendo declaraciones llamando a un cese a las hostilidades, en forma más ambigua y general. No es nuestra potestad juzgar cada una de estas decisiones, porque, como dirigentes, no podríamos ni imaginarnos estar ante tal dilema.
Sin embargo, en estos días de juicio, no debemos relativizar esta disputa. Les confieso que soy una persona de grises, es decir, que tiendo a ver y buscar en la vida matices y puntos medios. Sin embargo, este no es un caso donde debamos relativizar la situación. En esta coyuntura hay un bueno y un malo. Lo que se juega son los valores democráticos que muchos damos por sentados. Occidente y el mundo libre ha demostrado, hasta ahora, una unión de propósito que debemos aplaudir, y nosotros, como panameños y judíos, somos parte de esta coalición de valores. La agresión de Putin contra la nación ucraniana debe ser condenada enérgicamente. Debemos confrontar con todas las herramientas a nuestro alcance el mal propósito de negar la historia y cultura ucraniana, intentando un país comerse a otro como si se estuviese jugando a PacMan.
La imagen más emblemática de estos Iamim Noraim es el momento en que se decide nuestro destino. Que en este 5783, la hostilidad y la agresión cesen en Ucrania y alrededor del mundo, triunfando el bien y la libertad, sobre el mal y la opresión.
Que seamos todos sellados en el Libro de la Vida. Jatima Tová