Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México
Nos encontramos leyendo esta semana las últimas parashiot del tercer libro de la Torá. Este libro, consagrado a la enseñanza de que, en la tradición judía, los aspectos rituales y éticos conforman un tejido único e inquebrantable que no puede disociarse, finaliza con una larga lista de premios y castigos destinados a quienes cumplan o transgredan con el pacto establecido.
Esta dura admonición servía como epílogo a los lineamientos del vínculo que se había fraguado entre Israel y Ds: una vez que estaban claros cuáles eran los procedimientos y cómo debía sostenerse la relación, al final se mencionaban las consecuencias que acarreaba la decisión de incumplir con el compromiso asumido.
Maimónides, en el siglo XII, fue uno de los pensadores que intentó explicar el mecanismo de premios y castigos que aparece en la Torá, explicación que fue luego continuada por los sabios talmúdicos. Para ello, se sirvió de la siguiente alegoría:
Imagínate a un niño pequeño a quien lo llevan a estudiar Torá con un maestro. Y el estudio de la Torá es el bien más grande por medio del cual va a conseguir todas las excelencias. Sin embargo, el niño, por su corta edad y su intelecto débil, no entiende lo bueno que es el estudio, ni tampoco las excelencias que va a recibir por medio de él; y por esto es necesario que el maestro – quien es más íntegro que él – lo incentive para que estudie, con cosas que son apreciadas por él. El maestro le dirá: lee y te daré nueces, o higos, o un poco de miel. Y así el niño lee y se esfuerza, no por amor a la lectura en sí – ya que no aprecia aún sus virtudes – sino para que le den esa comida [que le prometieron]. El comer esas cosas ricas es, sin duda alguna, más importante a sus ojos que la lectura, y mucho mejor; y por eso piensa que el estudio es un trabajo duro, y se esfuerza para alcanzar el objetivo querido, a saber: una nuez, o un poco de miel […] Y cuando sea más completo en su intelecto, y le parezca de poco valor lo anterior, va a pensar en algo más importante. Su maestro le dirá entonces: estudia esta porción o este capítulo y te daré una moneda de oro, o dos monedas, y el dinero es más importante para él que el estudio en sí, ya que el fin del estudio es conseguir ese oro que prometieron darle. Y cuando crezca su intelecto y le parezca algo de poco valor lo anterior, va a querer entonces algo más importante. Entonces su maestro le dirá, estudia para ser Rabino y para ser Juez, y te respetarán y los hombres se pondrán de pie ante tu presencia y cumplirán tus órdenes y tu nombre será conocido en tu vida y aún después de tu muerte como Fulano y Mengano. Y él lee para llegar a ese grado. Y su finalidad es el honor con el que lo van a honrar los hombres, y lo que lo van a elevar y alabar.
No obstante, y como dirá Rambam una vez expuesta la alegoría, el sistema por el cual se nos prometen premios y se nos advierte acerca de los castigos es despreciable. Hacemos uso de él con la férrea convicción de que, con el paso del tiempo, el niño que va creciendo termine por entender que lo importante no era lo que él consideraba como su premio (la miel, el oro, el honor), sino que la verdadera bendición es la posibilidad de estudiar, expandir su propia conciencia y afirmarse de manera creativa en la tradición de Israel.
Para Maimónides, y así también debiera ser para nosotros, el ideal no es brindarse a una estructura que genere miedos y culpas, sino desafiarnos en generar un marco que nos permita abrazar un judaísmo dinámico, incluyente y vibrante, enraizado no en el temor sino en un profundo amor a la Torá y al mensaje milenario de nuestro pueblo.
Será entonces que podemos hacernos eco de las palabras del salmista, quien sostuvo que: “El mundo se construye a través del amor” (89:3). Quiera Ds inspirarnos para realizar entre todos esta bendita tarea.
Shabat Shalom uMeboraj!