Jaiei Sará 5772

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.
Rabino Mario Gurevich 
Beth Israel Synagogue – Aruba.

Es sin duda paradójico que la Parashá de Jaiei Sará (la vida de Sara) comienza con la muerte de esta y la negociación de Abraham para comprar un terreno, una cueva en realidad, donde establecer el primer cementerio que tendría jamás el pueblo hebreo. 

Pero el texto que me llama la atención comentar el día de hoy viene a continuación del ya mencionado, y es la preocupación de Abraham por hallar una esposa adecuada para su hijo Itzjak (Isaac) y la designación de su siervo Eliezer para cumplir tal cometido.

El relato nos da una colorida descripción de la forma en que Eliezer acomete su mandato y llama la atención su inteligencia, demostrada en enfocar la búsqueda hacia una persona con altos valores y sensibilidad humana: “…que la joven que diga: Bebe, y también a tus camellos les daré de beber- que ella sea la que Tú has designado…para Itzjak-…” (Gén. 24:14)  Así llegó Rivka (Rebeca) a la vida de Itzjak, y se convirtió en la segunda de nuestras matriarcas.

Mi pregunta es: ¿y qué opinaba Itzjak de todo esto? La Torá no nos dice una sola palabra al respecto. ¿No hubiera sido lógico, al menos para nuestra mentalidad contemporánea, que Abraham consultara el tema con Itzkaj, o le aconsejara emprender una búsqueda encaminada al matrimonio?

Pensemos que Itzjak no era ya precisamente un muchachito, ya que tenía bastante más de cuarenta años…
 
Pienso que para tratar de entender esto debemos regresar a la Parashá anterior y al episodio de la Akedá, la atadura de Itzjak, mal llamada a veces “el sacrificio de Itzjak”. Realmente Itzjak nunca fue sacrificado, pero sí fue “atado”. 

Itzjak nunca pudo sobreponerse a esto y desarrolló a partir de este evento una personalidad pálida, dependiente de Abraham y más tarde de Rivka, los verdaderos manejadores de su vida.

Cuántas veces los padres, con la mejor intención sin duda, “atamos” a nuestros hijos a nuestros deseos, a lo que creemos es lo mejor para ellos, impidiéndoles desarrollar su propia personalidad. 

Por el contrario, los hijos de Itzjak, Jacov y Esav, carentes de estos rígidos controles y “ataduras”, debieron andar en la búsqueda de sus propios destinos. Ambos cometerían incontables errores, tropezarían y se lastimarían seriamente a lo largo del camino, pero finalmente, tras dura batalla contra sus propias limitaciones, supieron encontrar sus verdaderas vocaciones y destino.

Y fue Jacov, no Itzjak, a quien le fue cambiado su nombre por Israel, con el que nos identificamos aún tantos siglos después.

Debemos dar a nuestros hijos su necesaria libertad. Ello no significa renunciar a la tarea paterna de guiar, aconsejar y hasta reprender. Pero sin permitir jamás que nuestras propias ideas, deseos o inseguridades, bloqueen su legitima necesidad de explorar y de hallar los caminos propios que habrán de transitar.
 
Shabat Shalom.