Devarim 5774

Los rabinos de la UJCL escriben sobre la
Parashá de la semana


Rabino Gustavo Kraselnik
Kol
Shearith Israel – Panamá

¿Será que, después de todo, Moisés es uno
más de nosotros?  ¿De esos especialistas en echarle la culpa a los
demás?

Esas preguntas parecen surgir a partir de
un pasaje que aparece en Parashat Devarim.  En la parte inicial de su largo
“racconto” a la generación joven, menciona el suceso de los espías y el castigo
divino que estableció que ningún adulto de aquella generación ingresara a la
Tierra Prometida (Núm. 13). Y sorprendentemente, luego agrega:

“Adonai se enojó también contra mí por
causa vuestra, diciendo: ‘Tampoco tú entrarás allá.” (Deut. 1:37)


Aquí se nos
plantean dos “modificaciones” de la historia que conocemos.  La primera es que
el castigo a Moisés se dio por el incidente de la roca en Merivá (Núm. 20:12), y
la segunda, que Dios dejó claro que la responsabilidad de la falta fue de Moisés
y no del pueblo (Id.).

Pareciera ser entonces que al relatar la
historia, Moisés “reescribe” los sucesos, omite su responsabilidad y la traslada
al pueblo, tal como también lo hace un poco más adelante:
“Y
Adonai se enojó contra mí por causa de vosotros, y juró que yo no pasaría el
Jordán, ni entraría en la buena tierra que Adonai tu Dios te da por heredad.”
(Deut. 4:21)
Los comentaristas intentan explicar los
actos de nuestro personaje. En su exégesis de este pasaje, el RaMBaN
(Najmánides, España siglo XIII) afirma que Moisés tiene bien claro que estos son
dos eventos separados (los espías por un lado y el incidente de la roca por el
otro), pero decide combinarlos porque ambos tienen la misma consecuencia: su
impedimento de entrar a la Tierra de Canaán.



Abraham Ibn Ezra (España, siglo XII) sostiene
que Moisés hace una suerte de paréntesis al mencionar a Caleb (Id. 1:36) y antes
de nombrar a Joshua (1:38)  -los únicos dos adultos que entraron a la tierra –
aclarando que él no va a entrar; por eso, la referencia a su castigo queda
inmersa en el relato de los espías.


Saadia Gaon (Egipto y Babilonia, Siglo X) va
un paso más allá y afirma que en realidad sí es culpa del pueblo el que Moisés
no haya podido ingresar a la Tierra Prometida.  ¿Cómo es eso?  Si los espías no
hubieran llevado al pueblo a transgredir y, por ende, a vagar 40 años por el
desierto, Moisés hubiera liderado al pueblo en su ingreso a la tierra de Israel,
tan solo al segundo año de la salida de Egipto.  En otras palabras, sin el
suceso de los mensajeros, el incidente de Merivá, casi 40 años después, nunca
hubiera ocurrido.

Dejemos de lado por un momento todas esas
interpretaciones, para enfocarnos más bien en el lado humano de
Moisés.



Al igual
que cualquiera de nosotros, también su mente construye mecanismos de defensa. 
Pudo enojarse con Dios por la exageración del castigo; pudo enojarse consigo
mismo por ese rapto de fatalidad frente a la roca, pero la cuestión es que al
final – consciente o inconscientemente –opta por endosar la culpa al pueblo:
“por causa vuestra”.


Por una
vez, Moisés deja de ser un estadista y se convierte en un simple líder.  Y por
si fuera poco, su actitud queda evidenciada por una “mala jugada” del calendario
judío.



Parashat Devarim se lee siempre en Shabat
Jazón, el Shabat anterior a Tishá Beav, fecha que evoca las destrucciones del
Primer y Segundo Beit Hamikdash (Templo de Jerusalem), entre otras tragedias
acaecidas.


Cuando los sabios en el Talmud se
preguntan por qué se destruyó el Primer Templo, responden: “Por tres cosas que
había allí: Idolatría, relaciones incestuosas y derramamiento de sangre…  ¿Y el
Segundo Templo?  Debido al odio gratuito” (Yoma 9b).


Los sabios tranquilamente
pudiesen haber alegado que razones geopolíticas llevaron a la caída de
Jerusalem.  Los babilonios venían arrasando desde el norte y, en su paso hacia
Egipto, conquistaron el Reino de Judá y demolieron el Primer Beit Hamikdash (año
586 AEC), de igual forma que hicieron posteriormente los romanos: con el fin de
poner fin a la violenta revuelta que los judíos habían iniciado en el año 66,
destruyeron el Segundo Templo 4 años más tarde.

Para nuestros sabios, sin embargo, la verdadera causa de la
catástrofe era interna.  La decadencia y la inmoralidad de la generación del
Primer Templo, y la altanería y arrogancia de los líderes del Segundo
Templo.

A diferencia de este Moisés, que se
nos presenta tan humano en nuestra Parashá y decide transferir la culpa, los
sabios talmúdicos concluyeron que la tragedia era una oportunidad para dejar
algunas enseñanzas, enseñanzas que solo se aprenden cuando la responsabilidad es
asumida.

Tishá Beav pudo haber sido una lección de
historia, pero los rabinos talmúdicos prefirieron legarnos una moraleja.  Casi
2000 años más tarde, aún continúa vigente.

Shabat Shalom,
Gustavo