Por la jazanit Nurit
Hace poco Taglit lanzó una extensión de su programa para personas de entre 25 y 51 años. ¡Genial! Aunque ya había estado en Israel antes, es una experiencia que repetiría cada vez que pueda.
Y no solo eso: los planetas se alinearon y varios jazanim de Latinoamérica nos organizamos para hacer un Taglit a la carta. Éramos un grupo de 30 jazanim que emprendimos este viaje, que terminó siendo mucho más profundo y significativo de lo que habíamos imaginado.
Quiero compartir con ustedes la experiencia increíble que viví la última semana en Israel. Sí, fue solo una semana… pero ¡pasaron tantas cosas que no sé si podré resumirlo todo! Así que les pido un poco de paciencia y lectura.
Llegué a Eretz Israel un martes por la noche, tras casi 20 horas de vuelo. Iba con algo de miedo porque, dos días antes, un misil había caído cerca del aeropuerto Ben Gurión, lo que causó la cancelación de algunos vuelos. Por suerte, el mío ,que era con EL AL, no fue cancelado y todo salió bien.
La primera mañana en Israel, abrí la ventanita del hotel y vi una parte de la hermosa Jerusalem. Al salir, respiré ese aire fresco y puro que tanto la caracteriza.
Nuestra primera misión fue en un JAMA”L, un centro donde se recolecta y distribuye comida, ropa y otros insumos para los jaialim (soldados). Allí nos recibió un general, responsable del lugar, que además forma parte de una unidad especial de jaialim mithaaravim (soldados que se infiltran vestidos de civiles árabes). En el centro del lugar había una foto de uno de sus compañeros, que ya no está entre nosotros, y por quien se aseguran de cuidar y apoyar a todos los jaialim.
Preparamos ensaladas y comidas para que los soldados pudieran llevar algo rico a sus bases para Shabat. Cantamos un poco, con música y también a capela. Hicimos un Misheberaj a viva voz por los soldados. Fue muy emotivo y sentimos que, de verdad, estábamos ayudando.
Ese mismo día visitamos la Biblioteca Nacional, un edificio moderno, hermoso y enorme. En la sinagoga de la Biblioteca nos brotó el canto de forma espontánea, y entonamos un Shehejeianu lleno de emoción.
Al día siguiente llegó el resto del grupo, y ya casi estábamos todos. Tuvimos nuestra primera tefilá conjunta en el Kotel igualitario, donde hombres y mujeres pueden rezar juntos y leer la Torá. Tuve el honor de recibir la primera Aliá de Ajarei Mot – Kedoshim, y por primera vez en mi vida leí Torá frente al Kotel. No puedo explicar la emoción.
Más tarde paseamos por Ir Haatiká (la Ciudad Vieja).
Por la noche, nos unimos a los “jaialim del asado” en una base cerca de Netania. Nos convertimos en los “jazanim del asado”, preparando comida para 180 soldados. No pudimos sacar muchas fotos por cuestiones de seguridad —solo una con todos de espaldas y algunos videos donde solo podemos ver los pies—. Fue una fiesta. Ellos nos agradecían, pero en realidad somos nosotros quienes debemos agradecerles por su entrega. Gracias, gracias, gracias.
El tercer día ya se sentía como si lleváramos semanas en Israel.
Visitamos Har Herzl y el cementerio militar. Lo más duro fue llegar a la carpa donde están enterrados los soldados caídos en la guerra actual. Todos tenían apenas 20 años. Imposible contener las lágrimas.
Después partimos rumbo a Tel Aviv. Allí nos esperaban nuevas experiencias de voluntariado, pero antes había que prepararse para Shabat. Sirena de por medio, y entramos en el día de descanso. Tuvimos un Shabat muy especial con la comunidad Tehilat Sinaí. Su tefilá es única, nos dieron espacio para dirigir Arvit de Shabat, compartimos kidush y melodías hermosas.
El Shabat fue un verdadero día de descanso, paseo y reencuentro con la familia.
El quinto día fue mi cumpleaños, y lo celebramos haciendo lo que vinimos a hacer: ayudar. Fuimos al Hospital Sheba (Tel Hashomer), al ala de traumatología. Cantamos y acompañamos a quienes estaban allí. Algunas canciones las elegimos nosotros, otras fueron pedidos de quienes nos escuchaban. Siempre con la intención de dar alegría.
De ahí nos dirigimos a Sderot. Escuchamos la historia de la ciudad contada por sus propios edificios y casas, vimos los muros perforados por balas, sentimos la tristeza que quedó en sus calles.
Después fuimos al Cementerio de autos Tkuma. Cada auto destruido contaba la historia de esta guerra. Algunos eran nuestros, otros no. Pero todos hablaban de lo mismo: dolor, resistencia, memoria.
Y luego, Nova. No hay palabras. Solo fotos de chicos y chicas hermosos, sonrientes, con un futuro arrancado. No hay palabras.
Para cerrar ese día tan intenso, la comunidad Eshel Abraham en Beer Sheva nos recibió para un recital. Terminamos con algo de felicidad, esperanza y paz.
El sexto día ya marcaba el final. Fuimos a hacer voluntariado en el campo, limpiando árboles en zonas donde ya no quedan hombres para hacerlo, porque están todos en miluim (reservas).
Terminamos el día en Kikar Hajatutfim (la plaza de los secuestrados), donde cada semana se reúnen para pedir por el regreso seguro de quienes aún están en cautiverio. Escuchamos al padre de Omri Miran, uno de los secuestrados, y también a un secuestrado que fue liberado. Cantamos en ronda, con fuerza y unidad. Esa noche, liberaron a Edan Alexander. Sentimos que estábamos viviendo la historia en tiempo real. Fue demasiado.
Se terminaron los días. Algunos ya teníamos las valijas listas, y el corazón, acurrucado.
Fue una experiencia intensa, fuerte, diferente a lo que había imaginado al embarcarme, pero profundamente emocionante. Siento que puse mi granito de arena. Que, desde mi lugar, pude aportar algo para quienes cuidan no solo la Tierra de Israel, sino también a toda la diáspora.








